lunes, 6 de febrero de 2012

Veintiún Septiembres.

Le quemaba el pecho, los nervios a flor de piel, porque pensaba, no dejaba de pensar.
 La única estrella que hubo esa noche, el único deseo que pidió, porque no iba a necesitar nada mas en todo el viaje. 
 Por Juan o por María, llego a esa fiesta ya comenzada, preocupada.... recibiendo lecciones de vida de un principiante. El teléfono sonaba, en sus pensamientos, no esperaba un llamado, solo lo anhelaba. 
 De espaldas no podría reconocerlo, debería haber sido una luna llena, que no se vé. Al día siguiente podría dudar de su existencia. Lo pensaba, pero ya no estaba ahí, ya no lo veía.
 Y la palabra mas dificil de asimilar en ese momento fue un adios, dejar las cosas a la que estaba aferrada le era demasiado complicado, pues era lo poco que a ella le pertenecía. 
 Una bruja, de día lo era, porque de noche podía convertirse en lo que quisiera, sin dejar rastros de amor, ni un corazón partido.
 Aquella cabellera colorada era objeto del deseo de mas de un hombre millonario, de mas de un hombre pobre, de mas de un hombre soñador. 
 Lo que no sabía era que iba a nacer en aquel brindis algo así como una mujer maravilla, una María Magdalena, una Monalisa, un misterio, un sentir, un placer... Un saber.
 De atrás se veía un semi círculo en su nuca, lo que parecía ser parte de un tatuaje. Distinto se vería con su piel desnuda, imaginaba cualquier hombre que pasaba por ahí. Pero esa noche ningun caballero pudo descubrir el secreto que escondía bajo su vestido, la otra mitad del círculo, parecía que lo cortaba una linea, le quedaba sexy. 
 Esa noche solo admiraron su pelo rojizo recogido, el vestido negro y la mirada penetrante de sus ojos color café. No me atrevía a decir chocolate, aunque no me gustaba el café. Esos ojos hablaban, decían muchas cosas, que mejor todavía no escuchar.

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