jueves, 17 de noviembre de 2011

Ella hubiera preferido levantarse ya un 22 de diciembre, ya estaba cansada, pero la realidad había que aceptar, no era momento de agonizar, aun. Miraba la puerta pensando en salir, corriendo por supuesto, no quería ese lugar, ni ese momento, ni esos kilos de más. No quería nada de lo que se había ganado, nada mas que a sus dedos, que solo ellos la complacían, y ni siquiera eso era suficiente.
 Ganas de llorar, de gritar, de golpear, de amar, de odiar, de reir, de ser amada, de ser deseada, de desearse ella misma, ganas de un poco de éxtasis. Eso quería, emociones , pero solo conseguía tristeza y desesperación.
 Y el pucho se consumía solo, entre sus dedos solamente la colilla, y detrás de sus anteojos de sol se veían unos ojos húmedos color café. No era mas que nada, se sentía aún menos que nada. Ya estaba grande para el acné, pero era demasiado pequeña como para la independencia, ni siquiera sabía dónde estaba parada y hacia dónde iba. Confusión, menos dos vidas, aburrimiento, e impotencia. Miraba siempre un arbol grande que había cerca, pero en realidad no lo miraba, solo apuntaba hacia ahí con sus ojos, viendo pasar en vez de, toda la vida que ella hubiese deseado tener en ese momento. No eran hojas, eran deseos, cientos de deseos, que se cansaban de esperar, y simplemente caían al suelo, amarronándose de a poco, secándose como en otoño, sin siquiera saber en qué estación del año se encontraban. Eran todos entonces deseos muertos, que acumulaban llanto y depresión, pero no todos habían caido, y algunos ella los arrancaba, y miraba como golpeaban el suelo. Muy pocas veces los acariciaba, pero después se llenaban de espinas, y sus dedos, ya ni le servían para masturbarse. Siempre mirar al arbol la llevaba lejos de donde estaba, porque en realidad lo que veía era un mundo imaginario, construido con sus ilusiones, sus miedos y sus recuerdos. Sueños con emociones, y sueños extraños donde una mujer asesinaba para rejuvenecerse, ella quería rejuvenecerse, a costas de la desgracia ajena. Y después se hacía rosada, cambiaba de color según iba pasando el tiempo, y nunca sabía como había entrado en ese lugar, porque nunca prestaba atención, solo estaba en automático.
 Entre toda esa lucha interior , en un techo-ventana siempre veía los planetas pasando cerca, y tenía ganas de saltar hasta ellos, de irse por ahí cual principito, menos una rosa.
 Pero cada mañana despierta, mira la hora en su celular, y se resigna a tener que levantarse, y salir de casa sin desayunar... Pensando que ese es el lugar donde ella no quiere estar. Y suspira.

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